Las emociones son una parte fundamental del ser humano, desde el nacimiento hasta la edad adulta. En los primeros años de vida, los niños comienzan a desarrollar su mundo emocional, experimentando y aprendiendo a identificar, expresar y regular sus sentimientos. En este proceso, las familias juegan un papel crucial en el acompañamiento y en la enseñanza de la autorregulación emocional. Pero, ¿qué son las emociones, cómo se desarrollan y cómo pueden los padres y cuidadores ayudar a los más pequeños a comprenderlas mejor?
¿Qué son las emociones?
Las emociones son reacciones naturales que ocurren en nuestro cuerpo y mente como respuesta a diferentes estímulos internos o externos. Son experiencias que nos permiten conectar con el mundo y con los demás, influyendo en nuestra manera de pensar, actuar y sentir. Las emociones básicas, como la alegría, la tristeza, el miedo, la rabia y el asco, se encuentran presentes desde muy temprano en la infancia, y su expresión varía según la edad y el contexto cultural.
¿Cómo se desarrollan las emociones a lo largo de la infancia?
Desde el nacimiento, los bebés comienzan a experimentar emociones a través de sus necesidades básicas. En sus primeros meses de vida, las emociones se manifiestan de manera simple y primitiva, a través de gestos, llantos y sonrisas. Los bebés lloran cuando tienen hambre o miedo, y sonríen cuando sienten placer o seguridad. A medida que crecen, su capacidad para experimentar emociones se vuelve más compleja.
Entre los 2 y 3 años es cuando comienzan a identificar y nombrar sus emociones básicas, lo que les ayuda a empezar a comprender mejor lo que sienten. A esta edad, algunos niños son más conscientes de sus estados emocionales y los expresan de manera más clara, pero hay otros a los que todavía les resulta muy complicado. En este punto, el lenguaje tiene un papel fundamental. Cuando un niño tiene un correcto desarrollo del lenguaje suele presentar más facilidad para nombrar lo que le pasa, le incomoda, le gusta, le ha molestado… Y en esos momentos, con el acompañamiento afectuoso y confiado del adulto de referencia, los niños van siendo capaces poco a poco de identificar y nombrar las sensaciones físicas que experimentan cuando sienten las emociones básicas: calor y tensión cuando me enfado, temblor de manos cuando tengo miedo, ganas de reírme cuando estoy contento, etc.
A medida que avanzan en su desarrollo, entre los 4 y 6 años, aprenden a reconocer las emociones en los demás y empiezan a desarrollar la empatía. Aquí, las interacciones sociales juegan un papel esencial, pues el niño comienza a entender que otras personas también tienen emociones.
En la etapa de los 7 a 12 años, los niños ya tienen una mayor capacidad para regular sus emociones, aunque aún necesitan apoyo para gestionar la frustración y el estrés. El autoconocimiento emocional se sigue desarrollando y van descubriendo otras emociones complejas como pueden ser la envidia, la nostalgia, la vergüenza, que a veces les pueden generar confusión o desconcierto. En este momento los niños pueden comprender perfectamente que no hay emociones positivas o negativas, sino más bien agradables (o placenteras) y desagradables (que nos producen sensaciones físicas de malestar). Pero todas las emociones son necesarias y funcionales: están aquí para decirnos algo y todas ellas forman parte de la experiencia humana.
La autorregulación emocional: ¿Qué es y cómo se desarrolla?
La autorregulación emocional es la habilidad de manejar nuestras emociones de manera saludable y adaptativa. En los niños, este proceso es gradual y está estrechamente ligado a su desarrollo cognitivo y social. Los pequeños no nacen con la capacidad de autorregularse, sino que aprenden a hacerlo a través de las interacciones con sus padres y otras figuras de referencia, como educadores y familiares cercanos.
El proceso de autorregulación comienza con la capacidad de identificar las emociones (¿qué siento?) y luego de gestionar esa emoción de manera adecuada (¿cómo puedo manejarlo?). Esta habilidad se desarrolla a medida que los niños aprenden a nombrar sus emociones, a practicar estrategias de afrontamiento, como la respiración profunda o pedir ayuda cuando lo necesitan, y a comprender las consecuencias de sus acciones emocionales.
¿Cómo pueden las familias acompañar el desarrollo emocional de sus hijos?
Llegados a este punto, la idea principal que me gustaría remarcar es que las emociones no se enseñan: las emociones se acompañan.
Un adulto no enseña a un niño qué es la ira, la alegría o la vergüenza. Los niños, simplemente, las sienten. Los cuentos y materiales didácticos sobre emociones son un complemento fabuloso en el que nos podemos apoyar para hablar con nuestros hijos o alumnos sobre el nombre de la emoción y las sensaciones físicas que lleva unidas, pero nuestro hijo va a sentir esa emoción independientemente de que le hayamos leído el “Monstruo de colores” o hayamos visto la película “Del revés”. Las emociones no se aprenden. Simplemente, se experimentan. Por tanto, nuestro papel como adultos de referencia será acompañar esa emoción de manera cariñosa y comprensiva, estableciendo los límites necesarios de seguridad, y a su vez, quienes ejercemos de modelos de autorregulación emocional. Lo que sí se enseña y se puede aprender es la autorregulación: qué estrategias podemos emplear para regular nuestras emociones y que no tomen el control de nuestra conducta.
En este sentido, las familias desempeñan un papel esencial en la educación emocional de sus hijos. A través de su propio comportamiento y las interacciones cotidianas, pueden influir significativamente en la forma en que los niños aprenden a gestionar sus emociones.
- Ser modelos emocionales: Los niños aprenden observando. Si los padres demuestran cómo manejar sus propias emociones de forma calmada y reflexiva, sus hijos aprenderán a hacer lo mismo. Por ejemplo, si un adulto se siente frustrado, puede verbalizar sus sentimientos diciendo: “Estoy molesto porque esto no salió como quería. Voy a respirar un poco y tratar de solucionarlo”. Este tipo de modelos proporciona un ejemplo activo y práctico de cómo manejar la frustración.
- Fomentar la expresión emocional: Es fundamental que los padres enseñen a sus hijos a identificar y expresar sus emociones de manera adecuada. Esto incluye hablar sobre los sentimientos, ponerles nombre y comprender que todas las emociones, tanto las agradables como las desagradables, son naturales y válidas. En lugar de rechazar o minimizar las emociones de los niños, es importante validar lo que sienten: “Veo que estás enfadado, es normal sentirse así a veces. ¿Qué podemos hacer para sentirnos mejor?”
- Enseñar estrategias de regulación emocional: Las familias pueden enseñar a los niños diferentes estrategias para regular sus emociones, como la respiración profunda, contar hasta diez, hacer una pausa, usar palabras para expresar sus emociones o practicar actividades relajantes como escuchar música o dibujar. Es importante que estas estrategias sean parte del día a día, integrándolas en situaciones cotidianas.
- Crear un ambiente seguro y respetuoso: Un hogar donde los niños se sienten seguros emocionalmente es esencial para el desarrollo de su autorregulación emocional. Los niños deben saber que sus emociones son aceptadas y comprendidas, pero también que se espera que aprendan a gestionarlas de manera respetuosa hacia los demás. Un entorno donde se practique el respeto mutuo y se escuchen las necesidades emocionales de cada miembro de la familia ayudará al niño a sentir que sus emociones son tomadas en cuenta y que tienen la capacidad de manejar sus propios sentimientos.
- Refuerzo positivo: Cuando los niños logran manejar sus emociones de manera efectiva, es importante reconocer sus esfuerzos y reforzar esas conductas. Esto puede hacerse mediante cumplidos sinceros, como: “He visto que cuando estabas muy enfadado, has encontrado la manera de no hacer daño a los demás y conseguir tranquilizarte para resolver el problema hablando. Sé que esto te cuesta mucho y lo has conseguido. ¿Cómo te sientes?”. El aliento y acompañamiento positivo fortalece la autoestima emocional del niño y fomenta la repetición de conductas saludables.
Conclusión
A medida que los niños crecen, aprenden a comprender y gestionar sus emociones, pero necesitan la guía de sus padres y cuidadores para desarrollar habilidades de autorregulación emocional. A través de la observación y el acompañamiento afectivo, las familias pueden convertirse en modelos activos y ejemplos de cómo manejar las emociones de manera saludable. Este proceso es fundamental para que los niños se conviertan en adultos emocionalmente equilibrados, capaces de manejar sus sentimientos y relaciones de manera positiva.
Al fomentar el autoconocimiento emocional, el apoyo en momentos de frustración y el uso de estrategias adecuadas de regulación, las familias juegan un papel crucial en el desarrollo emocional y social de los niños, contribuyendo a su bienestar general.